En América Latina 4 de cada 10 trabajadores son mujeres

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Aquí estamos, una vez más, hablando sobre desigualdad de género. Pese a los avances conseguidos en los últimos años, sobre todo en materia de concientización sobre las desigualdades existentes entre varones y mujeres, las cifras siguen reflejando que el camino hacia la igualdad de oportunidades es largo.

En este sentido, América Latina continúa rezagada en relación a otras regiones, y gran parte de esto se debe a la falta de políticas públicas y de recursos que promuevan el acceso de las mujeres a la educación, a los mercados laboral y financiero, por ejemplo. Al menos así se desprende del último informe de Brechas de Género editado por CAF (Banco de Desarrollo de América Latina), que realiza un diagnóstico de situación detallado en el ámbito laboral, familiar y educativo.

El relevamiento, al que accedió en exclusiva ámbito.com, arroja interesantes datos pero también hace un llamamiento a la implementación de políticas públicas. “América Latina necesita cerrar las brechas de género para lograr una igualdad sustantiva, pero también para impulsar el desarrollo económico y la productividad”, señaló en su presentación Julián Suárez, Vicepresidente de Desarrollo Social de CAF.

La metodología se basa en indicadores de elaboración propia computados sobre microdatos de encuestas de hogares de la región para el período 1992-2015. Las estadísticas incluyen a los 18 países de América Latina: Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica República Dominicana, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela. Vamos por partes.

Mercados laborales
En cuanto a la brecha de género en los mercados laborales, se analizó la situación en materia de participación laboral, estructura del empleo y salarios. Una de las diferencias más marcadas entre hombres y mujeres se manifiesta en un indicador laboral básico: la de participar o no en el mercado de trabajo.

Según el relevamiento, en promedio en América Latina de cada diez trabajadores de entre 25 y 54 años de edad, solo cuatro son mujeres. Dos factores son identificados para entender esta brecha en la oferta laboral: la situación familiar y la educación. Las mujeres que conviven con sus parejas, por un lado, y las que tienen menor educación formal, por otro, tienen tasas de participación laboral particularmente bajas.

¿Significa esto que las mujeres no trabajan? No, sino que lo hacen en actividades domésticas no retribuidas económicamente en sus hogares, en lugar de tener trabajos remunerados.

A la hora de analizar los rubros en los cuales se desempeñan habitualmente las mujeres, el trabajo arrojó que la mayoría de las latinoamericanas son empleadas en el Comercio (29%), la Educación/Salud (23%) y los Servicios Domésticos (10%). La proporción de estos sectores representa más del 60% del empleo femenino total, número que no ha cambiado sustancialmente, al menos en los últimos 25 años, según la CAF.

Pero, aún de este total de mujeres que trabajan, no todas lo hacen a tiempo completo y, una vez más, son las más desfavorecidas en términos de flexibilidad laboral. Respecto a las horas destinadas al trabajo, las latinoamericanas dedican unas 40 por semana, mientras que los varones, 48. Si bien la muestra indica que el tamaño de esta brecha varía según los países, en todos la diferencia es estadísticamente significativa y, en consecuencia, la proporción de trabajadores a tiempo parcial (menos de 30 horas por semana) es mucho más alta para las mujeres (en promedio, la diferencia es de 16 puntos: el 24% de las trabajadoras tienen empleo a tiempo parcial, mientras que la proporción correspondiente es sólo del 8% para los hombres).

La explicación a esto puede buscarse en el trabajo doméstico no remunerado. Las mujeres muchas veces deben resignar horas de trabajo para cuidar de sus hijos o de las personas mayores del hogar, como también para realizar las tareas domésticas. En esta línea el estudio señala que en la mayoría de las familias latinoamericanas, las responsabilidades de cuidado de los niños y las tareas domésticas aún recaen desproporcionadamente sobre las mujeres, reduciendo su disponibilidad de tiempo para trabajar fuera del hogar. El ejemplo utilizado en el documento es Argentina, donde “en el 85% de los hogares más pobres las mujeres son las principales responsables de las tareas del hogar, mientras que solo el 43% de los hombres colaboran en dichos quehaceres”.

Si los datos se desagregan por países, los resultados cualitativos se repiten en todas las economías latinoamericanas, es decir, existe en toda la región una considerable brecha de género en la participación laboral. Aun así, hay algunas diferencias. Mientras que en Uruguay más del 80% de las mujeres adultas (25 a 54 años) son parte activa del mercado laboral, en Guatemala ese porcentaje apenas alcanza el 50%. En Argentina, no llegan al 70%.

El porcentaje de jóvenes que ni estudia ni trabaja es mucho mayor entre las mujeres que entre los hombres: 24% entre las mujeres y 7% en los hombres. Sin embargo, la cifra se ha desacelerado en los últimos años (en 1992 el porcentaje de mujeres “NiNi” era de 32%)

La evidencia recopilada por el informe Brechas de Género editado por CAF da cuenta de que el patrón de aumento tendencial de la participación laboral femenina se ha desacelerado en la región en los últimos años. Mientras que la participación laboral de las mujeres en edad adulta (25-54) creció a un ritmo de 0,9 puntos porcentuales por año entre 1992 y 1998, este valor cayó a 0,6 puntos porcentuales en los ocho años siguientes, y se desaceleró aún más a 0,3 por año entre 2008 y 2015.

Salarios
Según el informe, el salario medio de una mujer latinoamericana es, en promedio, un 11% más bajo que el de un hombre. Pero esta brecha se agranda hasta un 22% cuando se comparan trabajadores con características similares.

En promedio para las áreas urbanas de América Latina, el salario medio de una mujer es un 89% del correspondiente a un hombre. La brecha persiste, y en ocasiones se agranda, al medir por otros factores, como el nivel educativo del trabajador. En cambio, la brecha salarial de género se minimiza (98%) si se restringe el análisis al grupo de trabajadores que no viven en pareja, lo que sugiere un punto central: gran parte de las diferencias de género en el mercado laboral provienen de una marcada división de roles a nivel de hogar.

Las mayores brechas salariales de género ocurren en dos segmentos con características muy diferentes; por un lado entre los empleadores y cuentapropistas profesionales (con formación educativa superior), y por otro entre los trabajadores no calificados, tanto asalariados como cuentapropistas. Para explicar las mayores brechas en el sector informal, el informe remarca el “pequeño impacto de la educación sobre los salarios en este sector”, en contraste con el mayor efecto de la experiencia, donde la mayoría de las mujeres tienen una desventaja sobre los hombres; además del “papel igualador de las instituciones laborales como el salario mínimo, los sindicatos y las negociaciones colectivas de trabajo, que operan esencialmente en el sector formal de la economía”.

Entre las principales causas de la desigualdad salarial, CAF se identificaron: la discriminación o prejuicios de género contra las mujeres en el mercado laboral; las diferencias culturales (por ejemplo ambición o competitividad, usualmente –mal- asociadas a varones) valoradas en el mercado laboral por su productividad; y la autoselección de mujeres en trabajos de menor productividad a cambio de ciertas amenidades, como la flexibilidad.

Para los trabajadores que no viven en pareja, la brecha salarial de género es casi inexistente, lo que apunta a la división de roles en la familia como un determinante primordial. Al dividir a la población entre quienes viven solos o en pareja (independientemente de que exista o no un vínculo legal entre los cónyuges) surge una diferencia reveladora: mientras que la brecha de género en participación laboral es significativa, pero relativamente menor, entre los solteros, se magnifica entre los casados.

Las mujeres que viven solas tienen tasas de participación que son el 90% de las de sus contrapartes hombres. En cambio, en el caso de las mujeres casadas la participación laboral es alrededor de un 60% menor. Esta diferencia, sin duda, ilustra sobre la fuerte interdependencia de las decisiones de conformación familiar y determinación de roles en el hogar, y la participación en el mercado laboral.

Estas brechas suelen ser mayores en el sector informal de la economía, en parte debido a que en este sector los salarios dependen más de la experiencia laboral, factor en el que las mujeres suelen estar en desventaja, y menos del nivel de educación del trabajador. Además, en este sector el papel igualador de instituciones laborales como el salario mínimo, los sindicatos y las negociaciones colectivas de trabajo es más limitado.

Familia
Según el informe Brechas de Género en América Latina, casi uno de cada tres hogares en la región es liderado por una mujer. Esto no quiere decir que se trata de un hogar pobre, o sin cónyuge presente. “El empoderamiento económico de la mujer se ha traducido en un incremento en la cantidad de hogares biparentales, jóvenes y con elevado nivel educativo, que son liderados por una mujer”, aclara.

No obstante, los hogares monoparentales (con hijo a cargo pero sin cónyuge presente), que suelen tener un nivel socioeconómico menor, siguen representando la mayor parte (57%) de los hogares con jefatura femenina.

Porcentaje de hogares con jefa mujer por país. Fuente CAF.
Por otra parte, las mujeres todavía dedican una proporción de tiempo muy superior a tareas domésticas y de cuidado en comparación con los hombres, y estas brechas son más pronunciadas en presencia de niños en el hogar. Es notable también que estos patrones no difieren demasiado por niveles socioeconómicos, a pesar de que los bienes y servicios que alivian la carga de tareas domésticas (son más accesibles para los hogares más ricos. La desigual carga de responsabilidades de cuidado familiar implica que en América Latina el total de horas trabajadas (sumando las remuneradas y las no remuneradas) es mayor para las mujeres que para los hombres.

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