Seis de cada 10 niños y adolescentes son pobres en la Argentina, según mediciones de la UCA

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Pese a las ayudas económicas brindadas por el Estado para contrarrestar la inflación, la pobreza volvió a aumentar en la Argentina durante el primer semestre del año. Este miércoles, el Instituto Nacional de Estadística y Censo (Indec) difundirá los datos oficiales. No obstante, según los especialistas del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA), no hay que generarse demasiadas expectativas de mejora ya que, de acuerdo a sus estudios, la pobreza subió del 37,3% al finalizar 2021 a casi el 40% en los primeros seis meses de 2022.

La cifra resulta más dramática si se tiene en cuenta la incidencia de la pobreza e indigencia entre los niños y adolescentes: en menores de 18 años, este flagelo alcanza al 60% de la población. Así lo alertó el investigador Eduardo Donza. “Lo que hay que esperar son números elevados, cercanos al 40% o un poco inferiores. Ya cuando hablamos de más de un 25% o de un 30% de personas en situación de pobreza estamos hablando de una de cada cuatro personas a las que no les alcanzan los ingresos para cubrir los gastos y vivir dignamente”, resumió.

El sociólogo advirtió que no se trata de una cuestión de un gobierno o de otro, sino que el problema arrastra ya más de 20 años de políticas erráticas.

“Lamentablemente es una situación estructural, sino parece que depende de un gobierno o de una situación económica puntual o de una crisis internacional. Por supuesto que las malas acciones de un Gobierno empeoran la situación, algunas las mejoran un poco y los tiempos de bonanza mejoran y los de malestar económico los desmejoran. Pero debemos pensar que en Argentina desde hace más de dos décadas estamos en niveles altos de pobreza”, planteó.

Donza trazó una línea histórica del aumento de la pobreza en el país. “En 2002 después de las políticas neoliberales teníamos un 52% de pobres, y eso mejora hasta 2008 y 2009 y se estanca en valores cercanos al 27% o 28%, según datos de la UCA”, repasó. Y se explayó respecto de por qué se incrementó en este tiempo. “Primero una cuestión estructural, agravada en segunda instancia por los efectos del parate que generó la pandemia de coronavirus; ese freno a la producción y a la comercialización se sintió en los ingresos de las familias. Y en tercera instancia, lamentablemente nos acompaña la inflación; es el problema más serio que tenemos. Si no doblegamos la inflación es muy difícil salir”, afirmó.

La desocupación no es el principal problema

De hecho, según el experto se está viviendo un fenómeno poco alentador: cada vez son más los trabajadores formales pobres y esto es clave para entender los números. “En Argentina la desocupación abierta no es el problema más serio, sino que lo es la precariedad laboral. Hay países centrales que tienen desocupaciones mucho más altas que las nuestras y las familias no pasan tantos inconvenientes. En Argentina uno puede decir que los pobres no pueden darse el lujo de estar desocupados; se deben inventar un trabajo y salir a reciclar residuos, ser cartoneros, limpiar parabrisas en una esquina o ser vendedores ambulantes. Se tienen que inventar un trabajo para mantener un ingreso aunque sea muy muy mínimo”, expresó.

Los números del Observatorio son elocuentes. “Según nuestros datos, un 28% de los trabajadores ocupados viven en hogares pobres, y cuando uno va a los trabajadores del sector informal o de baja productividad, ese porcentaje aumenta al 37%. Una de las ideas que tenemos los argentinos y que ya quedó caduca es que alguien consigue un trabajo y ya está bien, que por lo vemos va zafando. Pero ya no es así, no alcanza un trabajo para salir de la indigencia”, amplió.

El impacto de los programas sociales

Además, hay otra particularidad. “Pensemos también que muchos de los que clasifican como ocupados son beneficiarios de programas de empleo con contraprestación. Solamente el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación tiene casi 1,3 millón de beneficiarios en todo el país. Esas personas, por cómo se mide la estadística, están clasificadas como empleadas. Pero son programas de emergencia surgidos en 2002 como el Jefes y Jefas de Hogar Desocupados. Vemos que 20 años después los tenemos que seguir manteniendo”, sostuvo.

En definitiva, lo que falla es una radiografía del país y de sus necesidades, según entiende. “Estamos viviendo desde hace dos décadas en emergencia; esos son los problemas estructurales que tenemos. Esto está muy asociado a una estructura productiva; el problema no es el mercado de trabajo, sino que refleja que no podemos generar eficientes políticas de Estado que apunten a la producción y al trabajo”, añadió.

“No tenemos la capacidad los argentinos de ponernos de acuerdo para ver qué tipo de país queremos, de hacer un estudio serio sobre nuestras potencialidades. Siempre decimos que tenemos un país maravilloso pero no podemos arrancar. Nos falta humildad, sobre todo a los sectores dirigentes, no sólo política sino empresarial, sindical o de organizaciones sociales”, razonó. Frente a eso, propuso una salida a largo plazo. “Deberíamos ir a un gran acuerdo nacional y tomar conciencia de lo mal que está la situación. Tomar conciencia que a ninguno de los gobiernos les dio resultados lo que probaron. No pasa por una forma de ver la economía, nadie lo solucionó. Hay que entender la gravedad del tema, si no logramos políticas de Estado que apunte a la producción y al trabajo para dar confianza. Hace falta una gran mesa de diálogo y de acuerdos, en donde deben estar sentados los políticos pero también los empresarios que generan el empleo privado, los formadores de precios, los sindicatos, las organizaciones de base, la economía social porque casi un 22% de los trabajadores está en ese sector y también deben estar las universidades y otras instituciones como el Inti, porque hay que producir más. Debemos tener una hoja de ruta como país y sostenerla en el tiempo”, expresó.

Sí, dijo que todos los involucrados deben saber que algo se resignará en pos de mejorar la situación de millones de argentinos. “Todos los que se sienten en esa mesa deben saber que algo van a perder; los argentinos estamos tratando de ganar lo máximo posible en el menor tiempo posible. Todos van a tener que resignar; si logramos eso puede ser que a mediano y largo plazo la cosa empiece a mejorar. Sino será como venimos haciendo: festejando cuando bajamos un 1% o 2% y nos ponemos tristes cuando sube, pero no solucionamos el problema”, señaló.

Futuro hipotecado

La pobreza, al igual que en las mediciones anteriores, muestra su cara más cruel en la infancia y en la adolescencia. “Como porcentaje es el grupo donde más incidencia tiene la pobreza. Hay una cuestión de perfil de los hogares de menores ingresos que se retroalimenta. No sólo que tienen más hijos sino que hay más bocas para alimentar y menos potencialidad de generar ingresos. En un orden del 60% de los menores de 18 años está en situación de pobreza y de indigencia más elevada que el promedio”, manifestó Donza.

“Eso es muy serio porque es a futuro, es una hipoteca; no sólo ese chico pasa privaciones, sino que a futuro va a ser una persona que no está lo suficientemente alimentada, formada educacionalmente o que fue criada en un lugar con hacinamiento. Por eso no pueden insertarse laboralmente o una empresa que no consigue los trabajadores capacitados. Esto es lo que venimos arrastrando desde hace 20 años, ya como una tercera generación que no que el esfuerzo de los padres está bien retribuido”, completó.

Los números de pobreza

El último informe oficial del Indec marcó que el 37,2% de la población -unas 17,4 millones de personas- es considerada pobre en la Argentina y el 8,2% vive en condiciones de indigencia, lo que implicó una mejora respecto al 42% de pobreza que marcó el 2020 y el 40,6% de la primera mitad del año pasado.

Sin embargo, los especialistas coinciden en destacar que aunque los datos del primer semestre de este año no mostrarán algún salto considerable, sí lo tendrán las próximas mediciones. Esto, debido a la aceleración inflacionaria de los últimos meses, que amenaza con aumentar la cantidad de personas que no pueden cubrir la canasta alimentaria o la canasta básica, que define el umbral de indigencia.

Cómo se mide la pobreza

Para medir los niveles de pobreza e indigencia se toman en consideración los valores de la Canasta Básica Total (CBT) y la Canasta Básica Alimentaria (CBA) respectivamente y se los cruza con los niveles de ingresos de cada familia.

De esta forma, los hogares que a junio de este año no ganaron al menos $ 104.216 (CBT) serán contabilizados como “pobres”. En tanto, las viviendas que no percibieron $ 46.525, entrarán en la categoría de “indigentes”.