El bono Centenario no sería una mina terrestre en el canje

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Los ánimos están muy susceptibles. Toda opinión genera debate. En la saga del “Century Bond” no habría gato encerrado que implique un alto riesgo en caso que la reestructuración falle.

Se acerca el 8-M y la guerra de guerrilla se intensifica. Aunque ambos bandos hacen la mímica de blandir el estandarte blanco ninguno da el brazo a torcer. Es lógico, aún todo está muy verde. Así es el juego del “póquer del mentiroso”, donde más vale que alguna vez te hayas sentado en esa mesa a jugar porque, como recuerdan las innumerables víctimas de los ex-Salomon Brothers, y en particular, del “il capo de tutti capi”, John Meriwether, no se trataba solo de conocer algo de la teoría de los juegos sino más bien a Sun Tzu. Había que haber estado en la trinchera. Pero, al fin y cabo, quién tiene la razón en esto, se verá al final del proceso de reestructuración de la deuda.

Hoy por lo pronto siguen lanzándose platos unos a otros, como en la “Guerra de los Rose”. Desde rechazos unificados a la oferta de parte de grupos de bonistas, diplomáticas respuestas oficiales con sabor amargo hasta propuestas “privadas” que sorpresivamente ven la luz pública. Pero detrás de los planteos de unos y otros hay un tema que hace ruido: todos se vanaglorian de la “sostenibilidad de la deuda”, en la jerga del FMI, DSA (“Debt Sustainability Analysis”, que el Fondo diseñó y puso en funcionamiento en 2002 para analizar “la capacidad de un país para financiar sus políticas y atender la deuda resultante sin ajustes excesivamente grandes, que de lo contrario podrían comprometer su estabilidad”, o sea, la sostenibilidad de la deuda pública y externa).

¿A qué viene esto? El Gobierno sostiene que, “comulgando” con el FMI, la oferta debe respetar este criterio de DSA y, a la vez, los bonistas sostienen que se puede mejorar la oferta respetándolo. En primer lugar, como acotó recientemente un economista kirchnerista ante inversores, acá hay un “dilema de tres prisioneros”, Argentina, los Acreedores y el FMI. Por lo que el organismo no se podría desentender tanto del tema. Más aún si como muestran distintas simulaciones privadas, sobre las necesidades de financiamiento futuras de Argentina, que recién en el 2026 saltan a niveles de 2% del PBI y se elevan a más del 6% al contemplar los vencimientos del Fondo superando ampliamente la meta de DSA que se acerca a un 3%, por lo que la reprogramación de los pagos futuros al organismo “va de cajón” porque comprometer semejante superávit fiscal sería por demás ilusorio.

Por eso hay tanta “bronca” de los acreedores con el FMI sobre todo porque hace dos meses, cambió, y afirmó que la deuda argentina era insostenible. ¿O la evaluación de agosto 2019 era errada o qué paso en febrero 2020?, se cuestionan en el mercado. Los acreedores ven que el FMI quiere correrse y que solo paguen los bonistas, de ahí el enojo sobre su “rol” como asesor en este debate. Y a los ojos del mundillo de Wall Street, el Fondo parece más preocupado en cobrar que en ayudar a que la Argentina se recupere. Lo cierto es que sea cual fuese el arreglo final con todos los acreedores no puede soslayarse el esfuerzo fiscal que implica, más teniendo en cuenta la historia argentina y cómo quedará el fisco y la economía tras la pandemia.

Pero en medio de todo el juego emergen inesperados contrapuntos de exfuncionarios, como Federico Sturzenegger y Santiago Bausili, expresidente del BCRA y exsecretario de Finanzas, respectivamente de la gestión Macri, sobre los peligros de ciertas cláusulas en la emisión de algunos bonos, como el Century (a 100 años de plazo, emitido en 2017 por u$s2.750 millones, por Luis Caputo). Según el expresidente del BCRA se corría el riesgo de que si había un default este bono conllevaría un costo de más de seis veces su monto emitido. A lo que el exmano derecha del “Toto” era totalmente errado. Hubo un duro intercambio de tuits pero el tema siguió deambulando entre bonistas y analistas. Parece ser que el “error” de Sturzenegger fue seguir al pie de la letra a Mitu Gulati.

Este profesor de derecho de la Escuela de Leyes de la Universidad Duke escribió en enero pasado en un blog sobre el bono centenario de Argentina y los peligros de la letra chica y los fondos buitres, basándose en un caso testigo de fines de 2016 en Nueva York, “Cash America vs. Wilmington Savings”.Para ir directo al grano, solo hay que recordar que este bono tiene una claúsula “Make Whole Clause” por la cual el deudor tiene la posibilidad de recomprar el bono con anticipación al vencimiento, pagando una prima (o sea, el acreedor recibe los $100, el cupón caído más una prima). Es decir una “opción de call” de comprar el bono. Y no tiene fecha de vencimiento, este derecho del deudo. En 2017, destacan los expertos que reconocen la equivocación de Sturzenegger, era una cláusula lógica, el país tenía crédito externo y tenía chances de cierto éxito macro. De modo que consideran que tenía sentido ponerla en 2017.

No era algo extraño, como algunos ahora sospechan. La han usado otros países como México y sobre todo compañías que emitieron “bonos basura” o de alto retorno. En el contexto del 2017 Argentina así incorporó esa perrogativa de recuperar el bono sin obligarse a pagar altos intereses (el cupón de este bono era de más de 7%).No hay que soslayar que esta cláusula “no obliga” al país en default a pagar el 100% del bono más los intereses. Como advirtió Sturzenegger y Bausili rebatió.

Todo el meollo de las especulaciones sobre esta cláusula es ese fallo judicial que recupera Gulati, pero en ese caso la empresa en cuestión que había solicitado el “Chapter Eleven” (pedido de quiebra), salió a recuperar el bono emitido porque tenía los fondos para pagar la prima. El juez consideró que la compañía se pasó de lista (viveza criolla a la neoyorkina) y por eso falló en contra. Para Gulati los defaults pueden ser interpretados como que el país tiene la plata y opta por no usarla, pero con la crisis de la pandemia y una caída del PBI estimada en más del 6% este año, es imposible que un juez crea que Argentina se “hace la viva”. Por lo tanto los argumentos sobre los peligros que entraña el Bono Centenario en medio del canje de la deuda no serían de tan alto voltaje como algunos advirtieron. O sea, Sturzenegger 0, Bausili 1. ¿Fin de la novela?