Venezuela: Intervención militar, no

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La economía, la sociedad, la política y las instituciones de Venezuela están en caída libre. La gestión actual del presidente Nicolás Maduro termina este 10 de enero y su inauguración ese mismo día de un nuevo período está basada en una elección fraudulenta que la mayoría de los venezolanos y los gobiernos de la mayor parte de los países de Norteamérica, Sudamérica y Europa consideran ilegítima.

En Washington y otros lugares aumenta la presión para contribuir a encontrar una salida al pantano de Venezuela, pero claramente no hay soluciones fáciles. Venezuela está claramente polarizada, con un 20% de la población que todavía apoya a un gobierno asediado, que se ha atrincherado, protegido por sus servicios de inteligencia y militares, entrenados por asesores de seguridad cubanos y quizás otros. La mayoría de los venezolanos se opone al gobierno, pero su conducción política esta fragmentada y es ineficaz.

Cada vez más se demanda un esfuerzo internacional, pero una intervención militar extranjera, especialmente si involucra a Estados Unidos, separaría a Venezuela en “patriotas” y “traidores”, según la definición de cada lado. Es improbable que eso ocurra porque requeriría una vasta ocupación de un país extenso, con un gran ejército y milicias armadas; se trata de un desafío que ningún ejército de América Latina podría enfrentar, que ninguna fuerza militar de Europa aceptaría y al cual se resistirían las fuerzas armadas de EE.UU. Si a pesar de estos riesgos se produjera una intervención militar, como en Irak, tendría altos costos en sangre y en dinero e impactos adversos de largo plazo en la reputación de los países que intervinieran. También exacerbaría perjudicialmente la crisis migratoria actual.

Hablar de intervención militar, por otra parte, tiende a paralizar los esfuerzos políticos necesarios dentro de Venezuela al reforzar el concepto de que la solución va a llegar de afuera. Además, no se puede contar con que el estímulo internacional a un golpe militar venezolano produzca el retorno a la democracia; podría igualmente dar lugar a una escalada de violencia autoritaria y a represión por parte de líderes militares nuevos. Es difícil imaginar un jaque eficaz a la dictadura venezolana a menos que la oposición democrática se unifique más.

Hasta el momento, muchos líderes venezolanos de la oposición han preferido maniobrar en busca de su influencia personal antes que lograr acuerdos políticos durables; otros parecen motivados por el deseo de venganza en vez de buscar una solución. Estas tendencias han sido manipuladas con pericia por operadores chavistas que enfrentan entre sí a los grupos opositores.

Para avanzar, los grupos de oposición democráticos deben organizarse entre ellos y actuar concertadamente. Tienen que adoptar una de las propuestas que circulan actualmente para celebrar elecciones primarias a fin de elegir sus líderes y deben crear estructuras democráticas para la toma de decisiones, su implementación y la disciplina necesaria. Tales dirigentes elegidos democráticamente tienen que tener la autoridad para desarrollar y mantener presión en contra del régimen represivo, pero también la legitimidad para hacer concesiones y hasta cierto punto tomar compromisos.

El momento para el simple “diálogo” ha pasado: ambos lados conocen muy bien las posiciones del otro. Y todavía no están dadas las condiciones para negociar, ya que incluso un gobierno débil se siente cómodo cuando su oposición está dividida. La movilización interna de una oposición unificada, en tándem con la presión internacional, deben abrir un espacio para negociaciones fructíferas. La oposición venezolana debería actuar unida en función de negociaciones con representantes del gobierno.

En esas negociaciones eventuales la oposición debería estar abierta al compromiso y quizá incluso dispuesta a establecer acuerdos transitorios en cuanto a compartir poder con oficiales militares y funcionarios del gobierno. Las negociaciones deberían incluir dirigentes de empresas, laborales, profesionales y religiosos que reconozcan la necesidad de un cambio pacífico. Algunos oficiales militares venezolanos bien podrían jugar un rol positivo respecto de persuadir al régimen para que haga algunas concesiones iniciales significativas.

Una visión clara e inclusiva del futuro y de propuestas prácticas específicas para hacer frente a los principales problemas de Venezuela podría ayudar a que la oposición unida adquiera apoyo popular para un acuerdo político negociado aceptable incluso para muchos de quienes han apoyado a Chávez y a Maduro. Un acuerdo debería incluir necesariamente un plan para llevar a cabo elecciones municipales, estatales y nacionales libres y justas con autoridades electorales independientes y una observación internacional digna de crédito.

Los actores internacionales deberían seguir las señales de líderes venezolanos electos cuya mayor parte se opone a los planes que tienen algunos países de retirar a sus embajadores de Caracas. Los países sudamericanos, norteamericanos, del Caribe, europeos y demás, así como el Vaticano, deben mantener sus representaciones diplomáticas y un estrecho monitoreo de los acontecimientos en Venezuela.

También deben dejar en claro que están dispuestos a acompañar y fortalecer negociaciones honestas, respaldar posibles acuerdos transitorios de reparto de poder, arreglar el exilio internacional de unas pocas personalidades clave y que están empeñados en brindar asistencia sustancial como auxilio humanitario y para la recuperación económica y social de Venezuela.

El gobierno de EE.UU.- tanto por razones históricas como actuales- no está en buena posición para adoptar un rol de liderazgo en el aporte de buenas soluciones en Venezuela. Pero debería apoyar los intentos de los contactos internacionales para generar confianza a favor de las negociaciones, recurriendo a los buenos oficios de la Unión Europea, el Grupo de Lima y otros, y debería poner a disposición recursos y tecnologías que podrían serles solicitados.

La cartas no mencionan un arreglo rápido. Las transiciones anteriores de un orden autoritario a una democracia en otros países han demostrado que combinar la presión local coordinada y sostenida y la internacional, con una visión estratégica y la apertura al compromiso, tiene más probabilidades de alcanzar resultados perdurables que la imposición externa.

Venezuela es un caso difícil, pero su régimen no es, de hecho, más brutal que el de Pinochet; su polarización no es más encarnizada que la del apartheid sudafricano; y los patrocinadores internacionales de los chavistas no son más poderosos que los de la Polonia comunista. Por lo general, las transiciones anteriores parecían imposibles hasta que se produjeron; probablemente también sea ése el caso de Venezuela.

Abraham F. Lowenthal es profesor emérito de la Universidad del Sur de California, fue director fundador del Programa Latinoamericano del Wilson Center y el centro de análisis de políticas públicas Diálogo Interamericano. David Smilde, profesor de la cátedra Charles A. y Leo M. Favrot de relaciones humanas en la Universidad Tulane, es investigador principal de la prestigiosa ONG Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos.

Copyright Clarín, 2019. Traducción: Román García Azcárate

ABRAHAM F. LOWENTHAL

DAVID SMILDE

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